Jueves, 3 de julio, Santiago de Compostela
La meta del Peregrino.
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6)
A simple vista parece el final, pero en realidad es el comienzo de algo mucho más grande. Hemos caminado muchos kilómetros, compartido silencios, cansancios, risas, ampollas, canciones... Y todo eso nos ha transformado. Somos otros.
Como peregrinos, teníamos una meta clara: llegar aquí. Pero quien desea seguir caminando en la vida con sentido, descubre que cada meta es solo el inicio de un nuevo camino. Hoy no se trata solo de haber llegado, sino de preguntarnos a qué nos llama ahora este haber llegado. ¿Qué nuevo paso me invita a dar Dios?
El Camino de Santiago nos ha enseñado que vivir es también peregrinar: avanzar con otros, aprender de las dificultades, saborear lo pequeño, buscar lo esencial. No es turismo. Es profundidad. Es dejar que el corazón se ensanche y se haga disponible.
En este lugar al que llegan tantos, podemos elegir: ¿ver superficialmente o mirar con hondura? ¿Hacer fotos o hacer silencio? ¿Comprar recuerdos o guardar en el alma lo vivido?
Ser peregrino no es una moda, es una forma de vivir. Es elegir caminar hacia lo que de verdad importa. Es preguntarse cada día:
¿Qué quiero? ¿A dónde voy? ¿Con quién? ¿Y para qué?
Santiago nos recuerda que el verdadero viaje no es solo hacia fuera, sino hacia dentro. Que el fin del camino no está en la Plaza del Obradoiro, sino en el corazón del que decide dejarse tocar por Dios y ponerse en marcha de nuevo, como hombre o mujer nuevos.
Ser peregrino es elegir.
Y hoy, en Santiago, se nos ofrece de nuevo esa elección.
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